jueves, 30 de julio de 2009

Capítulo 7


Llegó el viernes y después de pelearme con todo mi armario me puse unos vaqueros con una camisa blanca por encima y me alisé el pelo -normalmente lo llevo rizado- dejando que cayera suelto por encima de mis hombros.
Me recogieron Carlota y Joni para ir al local de un amigo a las afueras del pueblo donde celebraba una fiesta. Tenía la suerte de que Joni estuviera todavía en el pueblo porque así no tenía que ir andando y pasar frío. El sitio era una gran nave provista de un equipo de música y no había casas alrededor por lo que no molestábamos a nadie. Podíamos escuchar música y disfrutar con tranquilidad sin la necesidad de que nadie nos llamase la atención, cosa que nos sucedía en muchas ocasiones.
Todo había vuelto a la rutina de siempre, nosotros y nosotros, los cuatro tontos como solemos decir. Era el momento de quedarnos tan solo los que vivíamos en el pueblo, y resultaba realmente aburrido. Muchos cogían los coches y se iban de fiesta a pueblos cercanos con más gente, otros tantos no salían porque los exámenes finales estaban a la vuelta de la esquina. Así que aquella noche pintaba bastante aburrida puesto que apenas nos juntaríamos unos pocos. Una vez asumido que nadie más tenía pensamientos de salir me ofrecí voluntaria para acompañar a Joni al bar más cercano porque las existencias de hielo se habían agotado. Claro está que le acompañé porque íbamos en coche por que el bar más cercano a donde estábamos quedaba a unos 2 km . Antes de entrar en el bar nos paramos en su casa porque tenía que coger una chaqueta y yo le esperé en la puerta. Sin saber como, mientras me colocaba el cinturón, vi como un coche se paraba y se quedaba mirando. La situación creo que es muy confusa, en la puerta de la casa de Joni-que se hallaba abierta-, colocándome el cinturón, da bastante en que pensar. En otra ocasión ese dato no me habría importado, incluso me hubiera divertido viendo la cara que ponían los ocupantes del coche mientras se imaginaban lo obvio. Esta vez era totalmente diferente, el del coche era Eloy, mirándome atónito, también vi su cara transformarse como si viera a una cualquiera, subir la ventanilla del coche y decirle al conductor que continuara. ¿Por qué las personas son tal mal pensadas? El mundo nos incita a ver desde fuera sin buscar explicaciones, a juzgar todo por las apariencias y no pararnos a pensar si hacemos daó a alguien. También es verdad que ese chico prácticamente no me conocía, y la situación era bastante contradictoria. Me giré y ´Joni estaba detrás ¿Cuanto tiempo llevaría ahí?Fue lo bastante como para presenciar toda la escena y al verme se dio cuenta de que no era un buen momento cmo para hacer comentarios con sorna.
-¿Qué te pasa?- me preguntó.
-¿No te has dado cuenta de lo que ha pasado?
-Si, supongo que habrá pensado lo que no era.
-¿Supones?-pregunté atónita-, ¿no has visto como me miraba Eloy?
-¿Desde cuando te importa lo que piense la gente?- me miró detenidamente- Ah, no es lo que te importe la gente, es lo que piense él si no me equivoco.
-No, no te equivocas- le dije con voz compungida, dolorida por la escena.
-¿Desde cuando estás con Eloy?
De camino al bar le conté todo lo que había pasado con pelos y señales. Como le conocí en el campo, lo mucho que llamó mi atención, lo que ocurrió aquella noche y cuando dejé de bailar con él, el beso, todo, tal cual había sucedido sin dejar nada atrás. Jonathan escuchaba atentamente si hacerme preguntas, tan solo asentía y observaba mis movimientos mientras yo hablaba y hablaba. Me sentí aliviada de confiarle a alguien todo eso. Aunque, a decir verdad, no dejaba de sentirme culpable por contarlo, como si estuviera traicionando a alguien o desvelando un secreto guardado durante toda una vida.

sábado, 25 de julio de 2009

Capítulo 6


Dediqué la semana a obtener información de mis amigas. Tan estúpida soy que ni se me ocurrió pedirle su número de teléfono. Cada palabra, cada cosa que me contaban, iba haciendo crecer en mi un gran interés hacia él. Mi ilusión por conocerle se acrecentaba por momentos.
Para mi nunca existió el amor, sino las ilusiones que se formaban en mi mente haciéndome creer lo que no existía, haciéndome ver lo que nunca sucedió. Así día tras día alimentaba el sueño de una noche de primavera junto a un chico maravilloso.
Pero no todo era tan perfecto. Cuando bajaba al mundo real solo intentaba salir. En esa época lo único que me interesaba era evadirme del mundo real para huir al imaginario. Sabía que algo andaba mal. Desde hacía mucho todo estaba patas arriba. Si bien no existía ningún problema con mis amigas, yo los veía a cientos. Discutía a menudo con ellas por cosas sin sentido y me molestaba cualquier cosa aún sabiendo que era algo sin importancia. De un pequeño problema hacía un mundo, supongo que como cualquier adolescente, pero yo nunca fui como una adolescente cualquiera, siempre llegué al límite, ¿siempre llegué? siempre llego, perdón.
Maldita la imaginación que me hizo ver fantasmas donde ni siquiera había sábanas. Intentaba aferrarme a la idea de que Eloy había aparecido para salvarme de mi desgana y hacerme ver que el mundo es mejor de lo que pensamos. O mejor explicado, de lo que yo pensaba. Que mi vida tenía un sentido por mucho que yo me negara a verlo y que el amor no se basaba en invenciones sino en sentimientos puros y hermosos tan claros como el agua que baja por los riachuelos perdidos en las montañas cubiertas por blanca y suave nieve derritiéndose.
A lo largo de la semana recopilé información suficiente como para parecer un espía de la CIA. Eloy estudió desde los 10 años en un colegio de Madrid (en los pueblos mucha gente opta por ofrecerle una mejor educación a sus hijos puesto que la mayoría de las veces, y este es el caso, había necesidad de trasladarse cada día a otra localidad para poder ir a clase puesto que carecíamos de institutos y colegios en el pueblo). Tenía la selectividad aprobada e intento estudiar primer año de derecho como su padre siempre había querido, pero en menos de medio curso se cansó, decidió que eso no era lo suyo y dejó la carrera. Por lo visto no venía mucho al pueblo, prácticamente tan solo los veranos, porque aunque sus padres vivían en él, el se quedaba en Madrid con sus abuelos maternos mientras que estos iban a visitarle de vez en cuando. Es comprensible que no quisiera venir, total cuando no hay un puente o alguna fiesta especial esto parece un pueblo fantasma, sobre todo en invierno, cuando como mucho nos podemos juntar veinte o treinta personas jóvenes, que si hablamos de ancianos las cifras llegan a varios cientos pero lo que hacía falta era juventud para animar la vida del solitario y viejo pueblo perdido de la Siberia Extremeña.

martes, 14 de julio de 2009

Capítulo 5

Me desperté cerca de la una del mediodía, no me explicaba como había conseguido dormir después de la noche anterior. No tenía el estómago como para desayunar. Cuando ya me había dado una ducha y una vez respondidas las preguntas de mi madre- ¡madres! siempre quieren saberlo todo- decidí salir.
Bastó con darle un toque a Sara para que se presentara en mi casa en menos de cinco minutos. Era su último día y quería estar junto a ella el mayor tiempo posible, las demás seguramente seguirían dormidas, pero a Sara y a mi nunca nos gustó dormir demasiado, no por nada en especial, pero siempre éramos las únicas con fuerzas para salir un domingo por la mañana. fuimos a tomar una cerveza al bar donde nos solíamos juntar. Un local pequeño, sin mucha luz, donde a penas había nada más que un futbolín, dos mesas y la barra con seis o siete taburetes. Tampoco cabía mucho más, pero normalmente estaba lleno, había buen ambiente. A excepción de los últimos días yo solía ser una persona muy sociable y me gustaba estar ahí rodeada de gente. Así que como ese día yo no estaba muy por la labor Sarita y yo decidimos pedirnos unas cañas y sentarnos en una mesa situada en el rincón más alejado.

-Carol, ¡Carol!, ¡CAROLINA!- supuse que llevaba largo rato hablándome y yo estaba en mi mundo, entre mis nubes como de costumbre.
-¿Qué pasa? No grites- me costó salir de mi ensimismamiento.
-No se, dímelo tú. Estás ida, y todavía no me has dicho por qué desapareciste anoche.
-Simplemente me fui a casa...

"Simplemente me fui a casa", me odiaba por mentir. Odio la mentira, mi vida en si es una gran mentira y no quería ser partícipe de más. Hoy pienso que si la mentí en un principio fue porque no quería que se perdiera la magia de aquella noche, como si contarlo fuera ha hacer que todo se borrara y obligarme a volver a la realidad. Como si contarlo causara el desvanecimiento de todo. Finalmente me despedí de Sara, ella debía volver a Barcelona y no nos volveríamos a ver hasta mayo. Ella se iba y yo como despedida la mentía, eso es de ser una gran amiga.

Capítulo 4

El chico que amablemente me invitó a la copa era Jonathan. Johnny y yo éramos amigos desde niños, nos criamos juntos y como en aquel momento estudiaba fuera por primera vez en nuestras vidas nos habíamos separado. Fui a saludarle y agradecerle el gesto que había tenido conmigo invitándome, esa tarde no habíamos tenido tiempo para hablar y había muchas cosas que debíamos contarnos. Era agradable estar con él otra vez, como si siguiéramos siendo niños y nada hubiese cambiado. Pasamos largo rato hablando, me decía como le iba en la universidad, como le gustaría que estuviéramos allí y pudiéramos disfrutar con él de todo aquel ambiente que se respira en Madrid... Más tarde me preguntó que si quería bailar y acepté encantada, era consciente de ser la envidia de muchas de las chicas que nos rodeaban con el que para mí tan solo era como un hermano.

De repente noté como alguien ponía suavemente su mano en mi hombro.

-¿Me la prestas?
-Claro, toda tuya.- y añadió Johnny mirándome a mi- Luego nos vemos pequeña, llámame si necesitas algo.

Sonreí dulcemente mientras contemplaba la situación y Jonathan se alejaba guiñándome un ojo. Todo parecía sacado de una película. Como en uno de mis sueños. Cuando conseguí volver al mundo real ya estaba bailando con él.

-¿Qué pasa? ¿A mi no piensas preguntarme?- le pregunté cruzando los brazos y mirándole fijamente.
-¿Preguntarte qué? ¿Si quieres bailar? Supuse que querrías bailar conmigo ya que a mi me apetece bailar contigo.- Es estúpido, pensé. Un estúpido encantador con unos ojos preciosos y la sonrisa perfecta.
-Pues creo que supones demasiado.
-Perdona Carolina, no quería parecer tan imbécil, ven, sígueme.
-¿Dónde me llevas?- pregunté mientras claramente veía como me arrastraba hasta la salida de la discoteca.
-El ambiente está muy cargado y me apetece hablar contigo tranquilamente.

Así nos apartamos del ruido, las luces y la gente...

Recogimos las chaquetas y le seguí hasta la calle donde hacía algo más de frío cubriéndome con el fular que llevaba en el cuello. Caminamos largo rato en la oscuridad de la noche sin decirnos nada. Aquella noche sobraban las palabras. Todo era un sueño mágico del que no quería despertar. El olor de los recién florecidos jazmines impregnaba la noche. Podía saborear la dulzura del momento y deseaba con todas mis fuerzas que no terminara nunca. Nos sentamos en un banquito a las afueras del pueblo, mirando como pronto comenzaría a amanecer. Le dio una calada al cigarro que tenía entre sus manos. En ese momento me dieron unas ganas enormes de coger mis lienzos y mis acuarelas y pintarle, rogarle que posase para mí. Desde niña me gustaba coleccionar momentos como aquellos para que no se perdieran en mi memoria, quería tenerlos presentes bien cerca de mi. Me gustaba mi vida inalterable en mi memoria, dejar testimonio de mis recuerdos más preciados. Decidí intentar fijarme en los detalles para más tarde, en casa, ser capaz de dibujarlo todo sin excepción alguna, nada debía quedar en el olvido.
De pronto me molestó que fumara. Mis cambios de humor son tan repentinos que ni yo misma los puedo controlar, el humo del tabaco comenzaba a fatigarme de unas maneras tan descontroladas como los cambios de humor que cité anteriormente. Me molestaba que fumara y no tenía explicación alguna para ello. Quité el cigarrillo de sus manos y lo tiré al suelo sutilmente. Vi su cara extrañada y divertida a la vez.

-Si te molesta me lo podrías haber dicho.-me reprochó enarcando una ceja.
-Perdona, ha sido un pronto- comenté avergonzada.
-Me he dado cuenta.

El volver a la conversación me hizo pensar en la hora que era, el sol ya comenzaba a asomarse tras las colinas e iba dejando aparecer los suaves tonos de la mañana.

-Ya es tarde- le dije como en estado de espera, sin saber que era lo que tanto anhelaba- he de irme.
-¿Te acompaño?- hizo una pausa, no apartaba su mirada de mis ojos- no me importa.
-No, prefiero ir sola, necesito despejarme un poco.

Acarició mis labios suavemente con su mano para hacerme guardar silencio. Muy despacio, dulcemente, me atrajo junto a él. Podía sentir su aliento muy cerca de mis labios y su mirada dirigiéndose a ellos. Nos fundimos en un beso tímido, azucarado, hermoso, sincero o quizá un simple beso que a mi me hizo sentir todos esos sentimientos. Y nos quedamos ahí sentados, besándonos a la par que salía el sol hasta que se hizo demasiado tarde y tuve que volver a casa.